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De mi libro de cuentos “Que no es cuento, que es verdad”
De mi libro de cuentos “Que no es cuento, que es verdad”
"Quien descubre la verdad mata la fantasía y corta el hilo de la
gracia"
(Jairo Napoleón
Molina Vargas - Biólogo colombiano)
El abuelo tenía una granja donde había un aprisco con ovejas, cabras
y carneros; una piara con cerdos blancos, rojos, negros y fajados; una vaquera
con toretes, novillas, vacas, terneros y un toro; además, un traspatio
donde había un gallinero en el cual convivían en completa fraternidad tanto
pavos como patos, pollos, gallos y gallinas. Pues bien, allí se vivía en paz y
se respiraba sedante tranquilidad y la armonía se paseaba a sus anchas para el
disfrute del buen vivir. Pero, cualquier día repleto de brisas decembrinas,
cuando el gallo soltaba su sonoro canto demostrando ser amo y señor del corral;
cuando las gallinas cacareaban anunciando la postura de valiosos huevos; cuando
el imperante sol se detenía esperando a los lentos y retrasados
que jugueteaban con la perezosa paciencia desesperante; cuando en
el aire se respiraban brisas de soñolienta modorra y en el
preciso momento cuando el abuelo se preparaba para la siesta, cayó en el
traspatio una serpiente jamás vista por ojo viviente; era una serpiente de
múltiples colores indefinibles. Aquella serpiente sin tener cabeza, parecía ser
calculadora; sin tener ojos, parecía mirar con astucia; sin tener boca, parecía
querer morder letalmente; sin tener locomoción, parecía atacar con agresividad.
El pavo mayor, el papá de todos los pavos habidos y por haber, era el
encargado de vigilar el corral y sobre él recaía la responsabilidad en todo lo
relacionado con la presencia de intrusos y desconocidos en el gallinero; por lo
tanto, armándose de valor, arremetió contra la serpiente con ímpetus
inusitados, voceando y glugluteando la atacaba y repelaba continuamente;
y, así, se le unieron los pavos del corral formando una fogosa algarabía
alrededor de la intrusa; era tanta la algarabía que contagiaron
de furor a todos los animales de la granja creando una verdadera confusión: Los
patos parpaban y graznaban; los pollos piaban, los gallos y gallinas
cacareaban; los cerdos gruñían y chillaban; las cabras balaban, el
toro bramaba, las vacas mugían, los terneros berreaban; el burro y la mula
rebuznaban; el caballo relinchaba, los perros ladraban, aullaban y gruñían; mas
también, las aves del campo silenciaron sus trinos.
Había en el corral un pollo que por la escasez de su plumaje
fue bautizado “Pelongo”. El pollo “Pelongo” era pasivo, tímido,
despreocupado, ingenuo y salía poco a la luz del sol porque nadie lo quería, ya
que no tenía garbo al caminar ni vestía bien y, sin ser
inteligente, era un gran investigador; por lo cual, intrigado y con el deseo de
saber la causa de tanta algarabía llegó al teatro de los acontecimientos y le
preguntó a la abuela de todos los pavos:
- ¿A qué se debe tanta
alharaca, doña pava?
- ¡No ves que esta intrusa
y peligrosa serpiente no piensa marcharse ni quiere moverse de su sitio! ¡Se va
o la matamos a golpes! ¡Ella como que piensa engullirse a los pollitos y a
nuestros pequeños pavitos! – Respondió excitada la grandulona galliforme.
El pollo “Pelongo” se acercó a la serpiente y la observó detenidamente;
luego, volviendo a la manada de pavos pandilleros y mostrando a la serpiente
con la punta de su ala, les increpó socarronamente:
- ¡Eso no es una serpiente!
¡Eso es el cordón multicolor del vestido de la nietecita del abuelo!
Ante aquella sorpresiva verdad descubierta por el pollo “Pelongo”, todos
los pavos callaron, se miraron los unos a los otros pensando que habían hecho
el ridículo y sintiéndose desenmascarados, arremetieron esta vez con
nuevos ímpetus, contra el pobre pollo “Pelongo”, arrinconándolo a picotazos;
que si no hubiera sido por el abuelo quien actuó a tiempo, separando a
“Pelongo” de la furibunda y pavoneada bandada pandillera; aquel día, nuestro
pollo “Pelongo” hubiera muerto por entrometido.
Si hallares alharacas, te
propongo
Que te alejes tranquilo y sin mirar;
Pues, no sea que te pase, al indagar,
Lo que vivió nuestro amigo “Pelongo”
FERMÍN MOLINA VARGAS
Derechos reservados
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