PARA MATAR EL TIEMPO HAY QUE SER EMBUSTERO
-
¿Abuelo, cuántos carros has tenido tú?
-
Uno solo, la camioneta de tu abuela.
-
¿Y cuándo la cambias?
-
Cuando haya mejores modelos en el mercado.
(Respuestas
a preguntas de mi nieto José Carlos)
Aquella mañana era una mañana como
todas las mañanas veraniegas de mi Barranquilla; soplaba la brisa loca, igual a
todas las viejas brisas de La Arenosa; brisas del Río Magdalena que copulan con
las del Caribe, gestando las cuatro
fiestas: Inmaculada Concepción, Navidad, Año Nuevo y carnaval. Barranquilla era
un hervidero de multitudes procedentes de barrios y pueblos enclavados en la
Costa Atlántica. Nosotros no éramos la excepción, acabábamos de llegar de
nuestro pueblo, Juan de Acosta, mi esposa
Saharay, mi yerno Jairo Alberto y yo. Debo agregar que a la ciudad
acostumbramos viajar unas tres veces al mes: ella, a hacer sus compras; él, a
resolver algunos asuntos personales; y yo, como acompañante y conductor de
nuestro pequeño automóvil. Debo aclarar
que el automóvil es de ella.
Pues bien, ese día llegamos temprano
a la Puerta de Oro de Colombia; a mi esposa la dejé en un centro comercial y
partí con mi yerno a sus diligencias. Llegando donde íbamos, dejé el carro en
un parqueadero y nos fuimos a una entidad bancaria y he aquí que
estaba repleta de personas haciendo transacciones, a lo que mi yerno me
dijo.
-
Vea
suegro, el banco está muy lleno y sé que a Usted no le gusta esperar porque se
aburre, voy a llevarlo a ese
concesionario de carros – mostró con el dedo índice de su mano derecha – para que mate el tiempo viendo automóviles
último modelo; pero eso sí, si le hacen alguna pregunta, no vaya a responder
con verdades, Usted debe decir mentiras; no sea tan serio y aprenda a echar
embustes, y mame gallo mientras yo cambio este cheque.
Y así se hizo, entramos al
concesionario y de inmediato una despampanante recepcionista se nos acercó y
preguntó:
-
¿A
la orden? ¿En qué puedo ayudarlos?
-
Vea
señorita, éste es mi suegro, él es bastante terco y tacaño; ahí donde usted lo
ve, en esa mochila que carga, lleva chequeras y tarjetas de crédito; con
decirle que tiene tarjeta dorada y es propietario de siete fincas, y
necesita un campero porque el que tiene
ya está viejito; vendió ochenta novillas al parir y ahora dice que ese dinero
es para un viaje al exterior y no lo va a comprar sino cuando regrese. Yo le
agradezco que lo convenza. Ya hemos visitado tres concesionarios y no le ha
gustado ninguno, diciendo que lo compra cuando regrese. Debo agregar que él es
más enamorado que un chivo y he tenido problemas con mi suegra porque ella dice
que yo soy alcahuete. Siempre manifiesta que para eso es la plata, así que no
le pare bolas si le propone algo – Le
dijo mi yerno, fingiendo seriedad, a la
vendedora en un tono de voz bajo, como para que yo no escuchara y salió por
donde entramos dejándome con la atractiva vendedora quien me sonreía
picarescamente.
-
¡Cuánto
gusto, me llamo Sofía pero, si desea, puede llamarme “Sofi”
-
Es
un placer para mí conocerla, yo soy Fermín Molina Vargas, para servirle.
-
Adelante,
por favor, ¿Pero dígame cuál es el carro que le gusta? – Me preguntó la bella
rubia, clavándome la mirada que enloquece a los
acaudalados. –
-
Todos
me gustan pero Usted me gusta más – Le dije mirándola de reojo. –
-
Gracias
Señor, es Usted muy galante. Pero siéntese… ¿Qué le provoca? ¿Un cafecito o una
bebida?
-
Como
buen colombiano, me gusta la mujer Caribe, morena o rubia, mejor si es inteligente como Usted; y,
también, me gusta el café de Colombia; por lo tanto, ordene un buen café tinto.
– Le dije mamando gallo.
-
¿Doble
o sencillo? – preguntó.
-
Doble,
por favor. – Le respondí
La preciosa mujer, con sus finos y delicados dedos
levantó el auricular del citófono, marcó el número de una extensión y pidió con
propiedad:
-
María,
traiga un café tinto doble a la sala de exposición, por favor.
Luego, mirándome con su sonrisa
provocadora, recordó:
-
No
me ha dicho cuál es el campero que le gusta.
-
Me
gusta el rojo, así como sus rojas mejillas. – Le dije observándola fijamente.
-
Por
favor, espere un momento, ya vuelvo; mientras tanto vaya tomándose el café que
le acaban de traer y gracias por la flor. – Me dijo.
Se puso de pie mostrando las curvas
de su portentoso cuerpo y, al caminar, sus oscilantes caderas marcaban el ritmo
del porro y la cumbia de mi Caribe colombiano. Entró a la oficina del asesor de
ventas y, sin medir el tiempo, al salir, desde la puerta, me invitó a entrar.
-
Siga,
por favor, el asesor de ventas lo
espera.
La oficina del asesor se veía bien
decorada con un escritorio donde se apreciaba un computador, papeles bien
ordenados, unas dos pequeñas réplicas de
modelos de carros, dos portarretratos, una engrapadora, una perforadora
y algunos objetos de poca importancia; y, en las paredes, un mapamundi marcando agencias de la
prestigiosa empresa multinacional; pendones publicitando veloces automóviles y
un cuadro con una pintura abstracta. Además, había unos ventanales ahumados que
daban a la sala de exposición. Me senté en una silla y quedó el escritorio
entre el asesor de ventas y yo con mi mochila terciada.
II
El asesor, después del saludo correspondiente, moviéndose de un lado a otro en su silla giratoria y golpeándose la dentadura con un bolígrafo, me habló sobre la información que le había dado la rubia recepcionista sobre mi persona:
- Don Fermín, Sofía me ha informado que a Usted le agradaría comprar uno de nuestros camperos para la finca, y que piensa hacerlo de contado.
- Vea Doctor, yo no he venido a comprar de contado; pero sí, me gusta aquel campero color rojo. – Le dije mostrando el carro a través de los ventanales.
- Ese es el mejor carro que hay en nuestro concesionario. Se vende como pan caliente. Especial para su finca. Está acondicionado para trabajo pesado. Cuenta con doble trasmisión, caja mecánica, cinco velocidades sin incluir la reversa, winch, vidrios eléctricos, porta vasos, radio mp3, frenos de potencia; es más, está destinado para remolque y su línea es aerodinámica. Ese carro, para Usted, tiene un precio de sesenta millones de devaluados pesos colombianos; además, le damos garantía de cuatro años o cincuenta mil kilómetros de recorrido. Si no desea llevárselo de contado, se lo puede llevar a crédito por tres, cuatro o cinco años. – Expuso el asesor de ventas.
- Vea amigo asesor, ahora no puedo hacer la compra, ya que tengo programado un viaje a Tierra Santa porque quiero conocer los caminos que recorrió el Señor. – Le dije.
- Así le dijo su yerno a Sofía, que Usted había vendido un ganado para ese viaje. ¿Pero, va con la Señora?
- No, a ella no le gusta salir de casa. – Le respondí. –
- Le doy un consejo Don Fermín: ¿Por qué no pospone el viaje y nos compra el campero que está en promoción, no sea que cuando regrese le cueste unos milloncitos más?
- No puedo amigo asesor, ésta es una oportunidad que se me ha presentado y no la voy a dejar perder. Tierra Santa me está esperando.
- Bueno, todo tiene solución; vamos a llenar este formulario para un crédito por tres años. ¿Le parece bien?
- Como Usted diga. – Le respondí con un tono de sumisión. –
- ¡Ah! … Debo recordarle que, para que se apruebe el crédito, Usted debe contar con un buen fiador y tiene que darme su nombre para consultarle la vida crediticia en Datacrédito –
- Veamos… Me agradaría tener como fiador a mi amigo Federico Santodomingo. – Le respondí pensando en el apellido de multimillonarios. –
- ¿Y a qué se dedica Don Federico? – Me ha preguntado el vendedor. –
- Bueno… Federico Santodomingo se dedica a la poesía y a las letras. – Le dije de inmediato. –
- Lo siento, no puede poner al señor Federico Santodomingo como fiador porque los poetas y escritores no ganan dinero y sus entradas económicas son impredecibles. – Me respondió tajantemente – Pero… continuemos con usted, lo del fiador lo dejamos para después. Debe darme los datos suyos necesarios. ¿Nombre completo? – Me ha preguntado. –
- Fermín Molina Vargas
- ¿Edad?
- La que aparento.
- ¿Tendrá Usted cincuenta y seis años?
- ¡Gracias amigo, Usted me ha quitado unos cuantos años de encima! – Le dije sonriendo. –
- ¿casado?
- ¡Sí… Claro que sí!
- ¿Nombre de su esposa?
- Ponga el nombre que a bien desee… o déjelo en blanco porque actualmente hay mucha inseguridad y no se pueden dar nombres propios.
- Como Usted mande Don Fermín… ¿Ocupación de su esposa?
- Ella es docente, pero actualmente los maestros están siendo perseguidos por grupos al margen de la Ley… Coloque que es ama de casa.
- ¿Sueldo actual de su esposa?
- Bueno ella tiene dos pensiones, más el sueldo que tiene como profesora…
- Ahora bien, dígame Don Fermín: ¿Cuál es la ocupación de Usted?
- Escritor
- ¿Escritor? ¡Ya le dije que ser escritor no da plata, Don Fermín! Yo me refiero a una profesión o actividad que le aporte dinero. ¿Yo no puedo colocar en este formulario que Usted es escritor… Pongamos: Ganadero…
- No… No… No ponga ganadero porque vivimos en un país donde hay mucha inseguridad y me pueden secuestrar… ¡Ponga Escritor!
- Ya le dije, No puedo colocar escritor porque escritor no es profesión lucrativa. Haber, le hago una pregunta: ¿Cuánto gana Usted como escritor?
- ¡Vea, no me va a creer! Yo, como escritor estoy ganando mucha fama y admiración. – Le respondí. –
- ¿Fama? Ser escritor no se gana estima ni admiración de amigos… ¿Yo no pongo escritor!
- Pues, entonces, no lo ponga… No habrá compra de camperos y me iré a Tierra Santa sin preocupaciones de carros… Gracias amigo por haberme atendido.
- No se vaya Don Fermín, le tengo una solución: podemos hacer negocio con su esposa que trabaja con el magisterio; tráigame los tres últimos volantes de pago de ella y le entregamos el campero sin fiadores…
- No gracias. Voy a visitar otros concesionarios… Será después que venga de Tierra Santa... Gracias… Gracias por la atención.
Y salí, sabiendo que había matado al maldito tiempo que mata de vejez a quienes se desesperan al verlo pasar alimentando aburrimientos. Salí sonriente, contento porque puse en práctica el juego propuesto por mi yerno quien estaba esperando en la puerta de salida.
- ¿Cómo le fue, suegro? – Me preguntó picarescamente. –
- No me vas a creer, otro gerente que no quiere hacer negocio conmigo sino con tu suegra. Pero quedó convencido que soy ganadero y que voy para Tierra Santa.
Y en una hora estaba en el almacén “Agáchate y escógelo” donde venden ropa barata y allí mi esposa me compró esta camisa y este pantalón que llevo puestos; por lo cual, debo gritar a los cuatro vientos que ella es la única persona que me puede dejar encuero en la calle… ¡Los escritores no tenemos bienes materiales! ¡Todos mis bienes intangibles, amigos y familiares se los debo a Dios!
¡Ah mundo, si te viera mi abuelo por un hoyito!
FERMÍN MOLINA VARGAS
Derechos reservados