Es Flaca sobre
manera
Toda humana
previsión
Pues en más de una
ocasión
Sale lo que no se
espera.
(La Perrilla de
José Manuel Marroquín)
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Abel
se pasó la mano por la cara para
espantar la pereza que engendra la modorra veraniega, esculcó sus bolsillos y
contó el dinero, producto de la venta de su yegua castaña. Llamó a su
inseparable mujer y le ordenó:
- Prepárame
los trapos y Mete en mi mochila tres bollos de yuca, dos libras de queso, doce
huevos cocidos y unas dos libras de carne en bisté para el camino, porque me
voy de viaje por los pueblos de mi costa Caribe. Ahí te dejo para la comida de la semana. Voy
en busca de nuevos aires en cielos distintos. En dos horas me pongo en camino.
La
brisa pertinaz de la mañana anunciaba desenfrenados carnavales libertinos y la
mente de Abel se llenaba de pueblos repletos de riquezas inagotables y se
imaginaba al río magdalena llevando un torrente de progreso en la cresta de sus
perpetuas ondas. Y, sin detenerse a mirar la rapidez del tiempo, ya estaba viajando
al envejecerse la efímera mañana. Y recorrió pueblos y pueblos y pueblos; y se
embriagó de cultivos que se ganan con la
constancia y se pierden con la mirada; y, sin parar en su anhelado viaje, se vio en el balneario Hurtado del Río
Guatapurí, en el Valle de Upar, sentado en una silla plástica, observando con
picardía a las bañistas que se paseaban mostrando sus insinuantes cuerpos
abrillantados por los chapuzones y
salpicadas en la gran sirena del río; y no quiso bañarse porque su
sirena reina era del soberano Mar Caribe: pero, también,
se entretuvo un momento viendo y deseando a una bella y tentadora mulata que pasaba frente a su frente una y
otra vez; que, sonriéndole y ofreciendo sus servicios, se le acercó y le dijo
con voz copiada de los murmullos del Guatapurí:
-
¡Hola! ¿Está solo?
-
Sí, estoy solo ¿Qué desea y para qué soy bueno? – Respondió
Abel con sonrisa de picardía.
-
¿Quiere que le dé un masaje? - Preguntó la mulata.
-
¿Masaje? ¿Ahora? – Le respondió Abel
con sonrisa triunfal. –
-
Ahora o cuando guste – Respondió ella,
mostrando su dentadura perfecta.
-
¡No, no, gracias! ¡Muy amable, yo soy
pájaro de una sola jaula! – Respondió Abel, mamándole gallo a la mulata.
-
No se preocupe, quiero hacerle una
demostración. – Dijo ella.
-
¿Aquí? ¿Públicamente? – A nuestro amigo
Abel se le querían salir los ojos repletos de gozo ante aquella despampanante mujer,
regalo de la sirena del Guatapurí.
La
mulata llevaba en su piel el sello inconfundible de sus ancestros africanos; en
su cuerpo, se notaba la sensualidad
marcada en el cautivador contoneo de su caminar de haitianas encantadoras; en sus labios, la roja pasión de amazónicas guerreras
seductoras; y, en su mirada, el deseo
ardiente del éxtasis de la fecundación y el apetito incontrolable por la
entrega total.
-
¿Aquí? ¿Públicamente? – Volvió a
preguntar Abel con la alegría de un novato goleador, apuntando el piso con su
dedo índice derecho. –
-
¡Sí, aquí! Pero cálmese, cálmese,
¡Relájese! ¡Relájese! – Le dijo la mulata rodando una silla y sentándose
frente a él –
-
Ya le dije que soy pájaro de una sola
jaula y, si no entiende, le digo que soy como el fósforo que ralla en una sola
caja – Respondió Abel con su doble intensión y sonrisa picaresca –
-
Pero, dígame ¿Cómo se llama? – Preguntó
la mulata para entablar confianza. –
-
Yo me llamo Abel Tafur, para servirle
¿Y Usted? – Respondió nuestro amigo, frotándose las manos en señal de verdadero
triunfo. Jamás había conquistado mujer distinta a su mujer –
-
Mi nombre no tiene importancia en este
momento, pero ponga su pierna derecha
sobre mi muslo izquierdo. Y…. ¡Ah! puede llamarme Negra y me gustaría que me
tuteé.
Abel
sintió la emoción que sienten los héroes al ganar la primera batalla. La negra
le quitó las abarcas tres “puntás” y le remangó el pantalón hasta un poco más arriba
de la rodilla y puso la pierna de Abel sobre su muslo, quedando la planta del
pie estrujando el seno izquierdo de la negra quien sacó de un bolso unas cremas
apropiadas para su labor e inició el trabajo masajeando la pierna de su cliente
y friccionando una y otra vez la teta sobre la planta del pie de nuestro amigo
Abel. Iban y venían sus manos frotando la pierna hasta el momento en que hubo
que masajear la planta del pie. El cosquilleo fue tal que se sintió un fuerte
olor satánico salido de las quintas pailas azufradas del infierno, y la negra
le clavó una mirada acusadora a su cliente quien soltó una defensora pregunta
ocultando la verdadera realidad:
-
¿Qué comiste esta mañana, Negra?
¿Fríjoles y huevos cocidos?
La
mulata no contestó nada, estaba que se
ahogaba aguantando la respiración. No podía taparse la nariz porque tenía las
manos empapadas de crema, pero seguía masajeando; quería terminar rápido,
cuando volvió a pasar los dedos por la planta del pie, haciendo que se escapara
nuevamente satanás de las quintas pailas azufradas del mismo infierno. De
inmediato hubo una pausa porque la negra le clavó a su cliente una mirada
cargada de ira incontenible, pero el
amigo Abel le preguntó con la rapidez del rayo:
-
¿Negra, y tu marido duerme contigo?
La
negra seguía muda de rabia, había perdido el habla y se sentía decepcionada por
haber escogido un cliente indecente que pensaba que la indecente era ella. Cuando Abel le volvió a preguntar:
-
¿Y tienes hijos?
-
Sí, tengo dos. – Respondió la negra
tratando respirar lo menos posible. –
-
¿Negra, tienes marido? Volvió a
preguntar el amigo Abel.
-
Sí – Contestó la negra poniéndose la
nariz en la manga de la blusa para mitigar el mal olor.
-
¿Y se los pegas a tu marido?
-
¡Claro! Cuando me solicitan – Respondió
ella pensando que le hablaba de cuernos.
-
¿Y si te solicito para que pases
conmigo esta noche? – Le propuso Abel a la despampanante masajista con el deseo
vehemente de satisfacer sus despertados instintos carnales. –
-
¿Con Usted? ¿Con sus asquerosos vientos repugnantes? ¡Con Usted no me acuesto ni un solo minuto,
ni si me paga con todo el oro del mundo! ¡Prefiero acostarme al mismo tiempo con
veinte que ronquen! – Respondió la negra mientras recogía sus corotos para
marcharse en busca de una fértil y
decente clientela.
Y
Abel soltó una sentencia que se perdió en su decepcionante pensamiento
momentáneo:
-
¡Carajo! Una oportunidad que se pierde
por estas malditas cosquillas en las plantas de mis pies… ¡Si me viera mi abuelo por un hoyito!
FERMÍN MOLINA VARGAS
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