A la memoria de mi madre
Delia Trinidad Vargas de Molina; quien, contándole a mi niñez,le daba respuesta
a las múltiples preguntas de mi cándida inocencia.
Se acercaba la navidad y aquel pueblo huérfano de
brisas caribeñas, de nubes promisorias y de saludables soles; se hundía en
tristezas embutidas en los aposentos del gélido entorno y, en una de aquellas
viviendas, convivían en paz, alrededor de la tibia chimenea, el buen Francisco con sus amigables mascotas:
el perro “guardián”, la gata “cheluzca” y el ratón “Emilio”. Y he aquí que una mañana, mañana perdida en los anales del
tiempo, el buen Francisco quiso desterrar la tristeza; tomó una vieja esquila y
recorrió las calles de aquel pueblo
dormido en el frío del frío invierno, entonando cánticos de amor para despertar
el letargo con el continuo tañer de su vieja campana e, invitando a los
lugareños, que se le unieron entonando villancicos para reunirse en el antiguo
aposento del santo Francisco.
Y Francisco, el buen Francisco, propuso construir,
en un viejo establo, con personajes, animales
y objetos reales, un pesebre para recordar el nacimiento del Redentor
del mundo.
Y buscaron a la niña más bonita y buena de la
comarca, que fuera virgen para que hiciera las veces de Virgen y al hombre más
fuerte, honrado, y responsable para que
fuera San José; además, un burrito, una vaca, una mula, algunas ovejas y
frescas pajas para la cuna.
Y se reunían junto al nacimiento entonando
villancicos, comentando la alegría de la llegada del Niño Dios y glorificando
al Dios de las alturas.
Pero, una mañana, el buen Francisco se dio cuenta
que la malvada mula, durante la noche se había comido las pajas del nacimiento.
La reprendió drásticamente y, con la
autoridad que le caracterizaba, la soltó en el prado condenándola, en castigo,
a no tener descendencia por los siglos de los siglos.
Y reconstruyeron el pesebre y, por si la mula volvía
nuevamente a comerse las pajas, encargaron
como vigilantes al perro “guardián”,
a la gata“ cheluzca y al ratón “emilio”; pero, he aquí que, esa noche,
“guardián” y “cheluzca” se durmieron y “Emilio”, como siempre soberbio e
inquieto, quiso hacer las veces de Niño Dios, acostándose en las pajas del
pesebre donde también se quedó dormido.
Cuando “guardián” y “cheluzca” despertaron, ante
tamaña sorpresa, corrieron donde el buen Francisco a contarle que “Emilio”
quería igualarse al Niño Dios porque lo había desplazando del sitial destinado
al Salvador del mundo.
“Emilio”, al despertar, experimentó el temor que
sintió Adán en el Paraíso; y. huyendo del
buen Francisco, del perro “guardián” y de la gata “cheluzca”; se
escondió en un agujero subterráneo del viejo establo y no se dejó ver más de
los humanos, de los gatos ni de los
perros.
Por tal motivo, “guardián” y “cheluzca” convocaron a
todos los perros y gatos de la región a una asamblea extraordinaria para
acordar la declaración de guerra contra el ratón “emilio” y su descendencia, porque se había
endiosado. Allí tomaron la palabra “guardián” y “capitán”; “flupi” y “brandi”;
“tempestad” y “chaparrón”; “cheluzca y “milongo”; “morrina” y “morrongo”;
“chelina” y “chelongo”; y, entre
discusión y discusión, se acordó, por unanimidad, que los gatos se encargaran
de desterrar de todos los espacios terrenales a “emilio” y su descendencia que, hasta hoy, no se han dejado ver por
temor a la aniquilación total.
Motivo por el cual, hasta la fecha, los ratones le
huyen a los descendientes de “cheluzca”, la tatarabuela de todos los
tatarabuelos de la familia gatuna; y los perros, los descendientes de
“guardián”, el tatarabuelo de todos los tatarabuelos de la familia
perruna, persiguen a los gatos porque
éstos no han sido capaces de erradicar de la faz de la tierra a la descendencia
de “emilio”, el tatarabuelo de todos los tatarabuelos de la familia ratonil.
Y ya sabes el porqué las mulas no paren; y, también,
el porqué los perros persiguen a los gatos y los gatos a los ratones.
FERMÍN MOLINA VARGAS
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