Fermín Molina Vargas

¿Me preguntas a qué me dedico?

- En verdad de verdad… yo me dedico a ser quien soy, sin saber qué debo hacer para ser quien debo ser en un futuro; siendo que soy, sin saber quién soy ni lo que debo hacer para ser lo que quiero ser cuando ya sea lo que no soy; y , cuando sea lo que no sé si sea, quizá quiera ser lo que ahora soy: ¡Pensando ser lo que quiero ser, sin saber lo que soy!

Fermín Molina Vargas

miércoles, 10 de julio de 2013

LA MARÍAMULATA Y YO



 


El  sol parecía matar el tiempo observando el insoportable tránsito vehicular de la gallarda, pujante y carnavalera Puerta de Oro de Colombia; corría una moderada brisa, que no era cualquier brisa, era la despreocupada y jacarandosa brisa del Caribe. 

Aquella mañana iba en mi pequeño automóvil transitando por la calle setenta, pensando en la libertad porque me sentía esclavo de mis obligaciones y, cuando llegué a la carrera cuarenta y cuatro, tuve que detenerme porque el semáforo estaba en rojo y, mientras esperaba a que cambiara, sentí el chiflido de una mariamulata que, surcando el aire, se voló el semáforo y se posó orgullosamente en la otra acera  de la cuarenta y cuatro.
Y sentí envidia  de la libertad de las mariamulatas;  ellas no respetan ni obedecen normas porque no las tienen; tampoco  policías ni directores de tránsito; su territorio es el salitroso espacio del soberano Mar Caribe y son las mismas de Barranquilla, Cartagena o santa Marta y, como no hacen aduana ni necesitan pasaporte alguno, las vemos en Panamá y en Venezuela. 

Ellas no conocen sistemas laborales ni el valor de la moneda; por lo cual,  no trabajan ni timbran en relojes que marcan la exacta  puntualidad e ignoran las medidas del tiempo; no aran ni riegan; no siembran ni cosechan; no protestan ni se lamentan; no esperan a nadie y a nadie buscan;   sus únicas actividades son volar y volar; volar y tragar el alimento que a su paso encuentran; y, como no saben de racismo ni de discriminación, la parda hembra vive engreída de su negro compañero 

Y pensando y pensando, pensé, además, que son inmortales ya que nunca se ha visto el cadáver de una mariamulata; ellas no mueren de viejas, ni de hambre, ni de sed; ni por pestes impredecibles, ni en las garras del artero gavilán, ni por estertores de mortíferos venenos, ni por lamentables accidentes del tránsito vehicular, ni por centellas de implacables tormentas, ni por golpes certeros de caucheras endemoniadas, ni por heridas mortales del  implacable proyectil… Y  pensé despectivamente en voz alta: “Quien las ve confundiéndose con los peatones”

Al cambiar el semáforo, puse en marcha mi pequeño cinco puertas, atravesé la avenida  y me detuve al lado de la mariamulata que parecía indiferente ante el azaroso mundo de los humanos; bajé el vidrio y le grité con la voz desesperante del condenado: “¡Oye tú, te sientes engreída y privilegiada porque nuestro Padre Celestial te eternizó en el hábitat de mi Caribe alegre y tropical… Sí tú… contigo hablo… Te crees la reina del Caribe; orgullosa y altanera; sigue así con tu chiflido, mofándote de la  falsa libertad de los hombres!” 

Ella,  me clavó una fría mirada de compasión y, soltándome su agudo chiflido, levantó el vuelo hacia el espacioso cielo de la libertad sin límites; y yo, con mi carga de responsabilidades me perdí en el duro concreto de las ineludibles obligaciones, añorando la libertad de la perpetua y soberana  mariamulata.

FERMIN MOLINA VARGAS
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