Fermín Molina Vargas

¿Me preguntas a qué me dedico?

- En verdad de verdad… yo me dedico a ser quien soy, sin saber qué debo hacer para ser quien debo ser en un futuro; siendo que soy, sin saber quién soy ni lo que debo hacer para ser lo que quiero ser cuando ya sea lo que no soy; y , cuando sea lo que no sé si sea, quizá quiera ser lo que ahora soy: ¡Pensando ser lo que quiero ser, sin saber lo que soy!

Fermín Molina Vargas

viernes, 13 de diciembre de 2013

El vendedor de utopías (1)

Primer capítulo del cuento El Vendedor de Utopías, publicado el  domingo 15 de diciembre de 2013 en el SUPLEMENTO LITERARIO del Diario LA LIBERTAD, periódico de amplia circulación en la Costa Caribe colombiana  

-          “¿Abuelo, hasta dónde llega la brisa?”
-          “Hasta las regiones de la tranquilidad, la armonía  y la paz”
-          “¿Y dónde queda eso, abuelo?”
-          “Eso queda donde hay mucho amor”
(Grandes preguntas de mi pequeño nieto Jesús David
y mis grandes respuestas para un pequeño pensador”)

Cierto  día llegó al pueblo un anciano vendedor de raros  objetos encontrados en las islas encantadas de un planeta escondido en los recovecos del  espacio sin tiempos. Quien,  además, ofrecía exóticos animales capturados en desconocidos continentes perdidos en el olvido. Aquel anciano iba pregonando su mercancía de calle en calle y ofreciendo, de casa en casa, su inverosímil negocio.  Entre su mercancía llevaba un vaso que siempre permanecía lleno de leche y miel del arduo trabajo de la constancia; un embudo invertido para llenar de realidades las nubes de la indescifrable duda; una flauta que sonaba con sólo tocarla con los dedos de la imaginación; una cámara para capturar las imágenes del pensamiento; unos zancos tragaleguas para recorrer distancias impredecibles; unas antiparras para observar los amores perdidos en el pasado; un raro aparato transistorizado para escuchar los consejos de los abuelos; un refulgente espejo delator de fealdades y defectos; una pequeña urna para guardar los tapados consentidos; un candado eficaz para asegurar los secretos guardados; unos reveladores y potentes catalejos para buscar los amores escondidos; una tibia y tierna réplica femenina para calentar la fría soledad; una toalla transparente e incolora para secar los sudores de la anhelada conquista; una creativa pistola para matar los malos pensamientos; unos jabones para lavar minuciosamente la odiosa desobediencia; una acerada caja hermética para encerrar las tristezas y mortificaciones; unos poderosos detergentes para quitar las manchas de la culpabilidad;  unos audífonos para vigorizar la esquiva atención. Y, con su saco repleto de  miles y miles de adminículos,  llegó el anciano a la casa del abuelo. Toco la puerta con la suavidad del trueno y la calma de la centella. El abuelo remiso y exaltado ante aquella prudencia atronadora salió y se encontró con la umbrosa transparencia del nonagenario vendedor de entelequias.

-       -  ¿Qué desea el amigo? – Preguntó el abuelo –

-    - Quiero ofrecerle lo que necesita tener a la mano en momentos impredecibles en este maremágnum universal. – Respondió el anciano – 

-        -  Abra el saco para ver lo que le pueda comprar – exigió el abuelo –

El nonagenario anciano abrió el costal y al abuelo se le fueron los ojos al fondo de aquel saco repleto de fantasmagóricas ilusiones y, con la emoción extraída de la esperanza, le propuso al anciano comerciante:

-         - Le compro todo con una condición.

-      -    La que Usted formule. – Dijo el anciano –

-     -     Le compro si Usted me trae, cuando regrese, la tinta y la pluma con que ha de firmarse la paz en el mundo y, de ñapa, el documento firmado por todos los gobernantes del orbe donde se comprometan cumplirle a sus naciones sin corrupción alguna.

-      -    ¡Acepto! ¡Se los traeré! Pero debe esperar sentado en la poltrona del optimismo hasta el fin de todos los tiempos. – Dijo el vendedor. –

-   -       ¿Y cuánto vale su mercancía? – Preguntó el abuelo. –  

-      -   Buena pregunta. – Respondió el vendedor – Mí mercancía no tiene valor material, pero si usted la requiere debe cancelarla con tarjetas de respeto, seriedad y cumplimiento.

-    -  ¿De contado o a crédito? ¿No acepta un cheque del banco de la ilusión? Porque si le pago con tarjetas puedo quedar con fondos insuficientes. – Replicó el abuelo –

-     - El saco es suyo y cobraré la paga cuando le cumpla el pedido que me ha exigido, porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y regresaré y lo haré el día del matrimonio de la perrita “princesa” con el gallo encantado por las brujas parlanchinas de los bosques del terror; ellos están dentro del saco. – Contestó el hombre del costal –

Y se perdió el senil comerciante en un tiempo sin medidas y en un espacio sin dimensiones… Y vació el abuelo el saco en medio de la sala de su apacible residencia y, en verdad, allí estaba la perrita “princesa” y el gallo encantado… Y colocó ordenadamente cada cosa en su lugar, y como hay un lugar para cada cosa, al gallo encantado por ser tan blanco como el algodón blanco y tan pequeño como un pequeño colibrí, lo metió en una jaula y lo puso en la decorada sala como ornamento. Y, a la perrita “princesa”, por ser tan blanca como la blanca leche y tan pequeña como una pequeña musaraña, la puso como adorno en la mesita de centro con colchas y comodidades extremas.

Pasó el tiempo y la perrita princesa y el gallo encantado se enfermaron con la enfermedad del amor y el abuelo recordando el prometido regreso del anciano vendedor, dio libertad a la perrita “princesa” y soltó el gallo encantado que lo llamó “Kiriki”. “Princesa” se fue a caminar por las calles buscando a los galanes falderos de colas enamoradizas; pero, por ser tan pequeñita, ningún perro del barrio la enamoraba. Así también, “Kiriki” se fue para el gallinero a enamorar a las presumidas gallinas ponedoras; pero, por ser tan pequeñito, ninguna gallina lo aceptaba.  Y se agravaron “princesa” y “kiriki” por falta de amor. El abuelo, preocupado ante esta situación, soltó a “princesa” y a “kiriqui” en el traspatio de la casa y repleto de optimismo se sentó en su poltrona a esperar eternamente el enamoramiento y matrimonio de la “princesa” tan blanca como la leche blanca con el gallo encantado tan blanco cono el algodón blanco y, entre pompas nupciales, la llegada  del vendedor de utopías con la tinta y la pluma utilizados para firmar la paz en el mundo y el documento firmado por todos los gobernantes del orbe, donde se comprometen cumplirle a sus naciones sin corrupción alguna.

… ¿”Princesa” y “kiriki” se quedarán encantados? ¿Se casarán “princesa” y “kiriki”? … …  ¿Volverá el vendedor de utopías? …  ¿Se firmará la paz? …  ¿Se acabarán los gobiernos corruptos? …  ¿Se quedará el abuelo eternamente en la poltrona del optimismo? …  ¡NO SE PIERDA EL PRÓXIMO CAPÍTULO POR ESTE MISMO CANAL!


Segundo capítulo del cuento El Vendedor de Utopías, publicado el  domingo 22 de diciembre de 2013 en el SUPLEMENTO LITERARIO del Diario LA LIBERTAD, periódico de amplia circulación en la Costa Caribe colombiana  

Y sucedió lo esperado ansiosamente por el abuelo: “princesa y “kiriki” se enamoraron y era tanto el amor que se tenían, que la perrita “princesa” aprendió a cacarear como gallina, escarbaba y buscaba un nido para incubar sus huevos imaginarios. Y el gallito “kiriki” aprendió a ladrar como perro, movía la cola como perro y, como si fuera poco, buscaba el árbol más cercano, levantaba una patica y orinaba en él. 

El noviazgo de “princesa” y “kiriki” iba viento en popa, y el abuelo vivía contento sentado en la poltrona del optimismo, pensando en el matrimonio de sus blancos y minúsculos encantados y en la llegada del anciano vendedor con la tinta y la pluma utilizados en la firma por la paz y el documento donde todos los gobernantes del orbe, se comprometen cumplirle a sus naciones sin corrupción alguna.

Pero aquel enamoramiento llegó a oídos de las ladinas brujas parlanchinas de los bosques del terror, quienes dieron a la perrita  “princesa” la manzana envenenada de Blanca Nieves para frenar el feliz noviazgo y evitar festivas nupcias, enviando a “princesa” a las puertas del cielo; y el gallito “kiriki”, emulando a Romeo, llegó hasta la entrada del  paraíso buscando a su Julieta y allí la encontró moviendo la cola y mostrando el clavel. Entraron al paraíso y lo recorrieron radiantes de felicidad. Conocieron a los profetas, a los cuatro evangelistas y a las mártires vírgenes; estuvieron en la fuente de agua que bulle y salta hasta la vida eterna; hicieron presencia  en el banquete celestial; probaron el vino consumido en las concurridas bodas de Canaán; buscaron la oración secreta para multiplicar los panes; se  ilustraron con la erudita sabiduría de Salomón; se unieron a los ángeles del coro celestial; se maravillaron con la luz perpetua y, extasiados ante tantas maravillas, cayeron bajo un sueño profundo. 

Entre tanto el abuelo, perdiendo la confianza, dolido por la pérdida de su encantada pareja, se hundió en un sopor pensando en la paz del mundo y en la honestidad mundial de los gobernantes. Ya no habría matrimonio ni volvería el anciano vendedor con su pedido; ya no había “princesas” blancas, tan blancas como la misma leche blanca, ni gallos encantados tan blancos como el mismo algodón blanco. Y pensando  y pensando se quedó dormido en la poltrona del optimismo. Y durmió y se relajó hasta el cansancio para despertar con el toque apacible y tenue de la puerta principal de la casa. Abrió la puerta con el licencioso chirriar  de las viejas y oxidadas bisagras y quedó estático ante la presencia de un desconocido y apuesto joven bien vestido y oloroso a exóticas fragancias extraídas de las flores cultivadas en los perdidos y olvidados jardines colgantes de Babilonia.

-          A la orden. ¿En qué puedo servirle? – Preguntó el abuelo. –

-          ¿Es Usted el abuelo? – Respondió el joven, preguntando. –

-          ¡El mismo que viste y calza las sandalias de la vida! ¿Y esos bellísimos perros que lo acompañan no los vende? Me hacen recordar a “princesa” y a “Kiriki”.  Ellos eran tan blancos, tan blancos como estos hermosos perros blancos y tan pequeñitos, tan pequeñitos que  cabían en la palma de la mano – Recordó el abuelo –

-          No soy vendedor, ni estos perros están para la venta. – Dijo el joven –

-          ¡Caramba! ¿Si Usted no es vendedor, entonces quién es y qué busca? – Volvió a preguntar el abuelo intrigado – 
 
-          Yo soy un enviado de los cielos y tengo el permiso para comunicarle que los arcángeles encontraron  a “princesa” y a “kiriki” profundamente dormidos bajo la sombra del árbol del bien y del mal. Fueron desencantados, vueltos a la normalidad y vengo a entregárselos personalmente para que vivan felices en amor, paz y honestidad.

-          ¿Amor, paz, honestidad? – Intrigado, se preguntó el abuelo en voz baja e interrogó de inmediato al joven visitante  –: ¿Oiga buen joven, Usted no tiene nada que ver con el nonagenario vendedor que me visitó en tiempos pasados? ¿El que prometió traerme o hacerme llegar un pedido especial? ¡Porque me está hablando de amor, paz y honestidad!

-          Abuelo, - Respondió el enviado – no sea iluso y deje la ingenuidad a un lado, no crea en gobernantes incólumes ni en paz firmada en escritorios. La paz está en el servicio, en la cordialidad,  en la amabilidad, en la bondad, en la tolerancia,  en el respeto, en la honradez, en la honestidad, en la  justicia, en el amor, en la amistad, en la responsabilidad, en la tranquilidad, en la armonía, en el corazón de uno mismo. Mientras haya egoísmos,  ambiciones, avaricia, codicia,  jamás habrá paz y siempre imperará la corrupción; y, mientras haya quienes fabriquen y comercialicen  artefactos que disparen ráfagas de muerte, jamás habrá paz; mientras haya explotación del hombre por el hombre, jamás habrá paz;  mientras exista la ley del más fuerte, jamás habrá paz; mientras se contamine el planeta, jamás habrá paz; mientras se olviden de los más necesitados, jamás habrá paz; mientras haya malos gobernantes, jamás habrá paz; mientras existan cinturones de miseria, jamás habrá paz; mientras no haya pan, salud y buena educación para los pueblos, jamás habrá paz;   mientras exista la ley del dinero, jamás habrá paz; mientras reine el capitalismo salvaje, jamás habrá paz;  mientras nos olvidemos de Dios, Jamás habrá paz. Cuando acabe esta generación de hombres, entonces habrá paz y honestidad. ¿Cuándo? No sabemos cuándo y puedo decirle que eso lo sabe sólo DIOS…  La paz sea contigo…


FERMÍN MOLINA VARGAS

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