Primer capítulo del cuento El Vendedor de Utopías, publicado el domingo 15 de diciembre de 2013 en el SUPLEMENTO LITERARIO del Diario LA LIBERTAD, periódico de amplia circulación en la Costa Caribe colombiana
-
“¿Abuelo,
hasta dónde llega la brisa?”
-
“Hasta las
regiones de la tranquilidad, la armonía
y la paz”
-
“¿Y dónde
queda eso, abuelo?”
-
“Eso queda
donde hay mucho amor”
(Grandes preguntas de mi pequeño nieto Jesús David
y mis grandes respuestas para un pequeño pensador”)
Cierto día
llegó al pueblo un anciano vendedor de raros
objetos encontrados en las islas encantadas de un planeta escondido en
los recovecos del espacio sin tiempos. Quien, además, ofrecía exóticos animales capturados
en desconocidos continentes perdidos en el olvido. Aquel anciano iba pregonando
su mercancía de calle en calle y ofreciendo, de casa en casa, su inverosímil
negocio. Entre su mercancía llevaba un
vaso que siempre permanecía lleno de leche y miel del arduo trabajo de la
constancia; un embudo invertido para llenar de realidades las nubes de la indescifrable
duda; una flauta que sonaba con sólo tocarla con los dedos de la imaginación;
una cámara para capturar las imágenes del pensamiento; unos zancos tragaleguas
para recorrer distancias impredecibles; unas antiparras para observar los
amores perdidos en el pasado; un raro aparato transistorizado para escuchar los
consejos de los abuelos; un refulgente espejo delator de fealdades y defectos; una
pequeña urna para guardar los tapados consentidos; un candado eficaz para
asegurar los secretos guardados; unos reveladores y potentes catalejos para buscar
los amores escondidos; una tibia y tierna réplica femenina para calentar la
fría soledad; una toalla transparente e incolora para secar los sudores de la anhelada
conquista; una creativa pistola para matar los malos pensamientos; unos jabones
para lavar minuciosamente la odiosa desobediencia; una acerada caja hermética
para encerrar las tristezas y mortificaciones; unos poderosos detergentes para
quitar las manchas de la culpabilidad; unos
audífonos para vigorizar la esquiva atención. Y, con su saco repleto de miles y miles de adminículos, llegó el anciano a la casa del abuelo. Toco
la puerta con la suavidad del trueno y la calma de la centella. El abuelo
remiso y exaltado ante aquella prudencia atronadora salió y se encontró con la umbrosa
transparencia del nonagenario vendedor de entelequias.
- - ¿Qué desea el
amigo? – Preguntó el abuelo –
- - Quiero ofrecerle
lo que necesita tener a la mano en momentos impredecibles en este maremágnum
universal. – Respondió el anciano –
- - Abra el saco para
ver lo que le pueda comprar – exigió el abuelo –
El nonagenario anciano abrió el costal y al abuelo se
le fueron los ojos al fondo de aquel saco repleto de fantasmagóricas ilusiones
y, con la emoción extraída de la esperanza, le propuso al anciano comerciante:
- - Le compro todo
con una condición.
- - La que Usted
formule. – Dijo el anciano –
- - Le compro si
Usted me trae, cuando regrese, la tinta y la pluma con que ha de firmarse la
paz en el mundo y, de ñapa, el documento firmado por todos los gobernantes del
orbe donde se comprometan cumplirle a sus naciones sin corrupción alguna.
- - ¡Acepto! ¡Se los
traeré! Pero debe esperar sentado en la poltrona del optimismo hasta el fin de todos
los tiempos. – Dijo el vendedor. –
- - ¿Y cuánto vale su
mercancía? – Preguntó el abuelo. –
- - Buena pregunta. –
Respondió el vendedor – Mí mercancía no tiene valor material, pero si usted la
requiere debe cancelarla con tarjetas de respeto, seriedad y cumplimiento.
- - ¿De contado o a
crédito? ¿No acepta un cheque del banco de la ilusión? Porque si le pago con
tarjetas puedo quedar con fondos insuficientes. – Replicó el abuelo –
- - El saco es suyo y
cobraré la paga cuando le cumpla el pedido que me ha exigido, porque no hay mal
que dure cien años ni cuerpo que lo resista y regresaré y lo haré el día del
matrimonio de la perrita “princesa” con el gallo encantado por las brujas parlanchinas
de los bosques del terror; ellos están dentro del saco. – Contestó el hombre
del costal –
Y se perdió el senil comerciante en un tiempo sin
medidas y en un espacio sin dimensiones… Y vació el abuelo el saco en medio de
la sala de su apacible residencia y, en verdad, allí estaba la perrita
“princesa” y el gallo encantado… Y colocó ordenadamente cada cosa en su lugar, y
como hay un lugar para cada cosa, al gallo encantado por ser tan blanco como el
algodón blanco y tan pequeño como un pequeño colibrí, lo metió en una jaula y
lo puso en la decorada sala como ornamento. Y, a la perrita “princesa”, por ser
tan blanca como la blanca leche y tan pequeña como una pequeña musaraña, la
puso como adorno en la mesita de centro con colchas y comodidades extremas.
Pasó el tiempo y la perrita princesa y el gallo
encantado se enfermaron con la enfermedad del amor y el abuelo recordando el
prometido regreso del anciano vendedor, dio libertad a la perrita “princesa” y
soltó el gallo encantado que lo llamó “Kiriki”. “Princesa” se fue a caminar por
las calles buscando a los galanes falderos de colas enamoradizas; pero, por ser
tan pequeñita, ningún perro del barrio la enamoraba. Así también, “Kiriki” se
fue para el gallinero a enamorar a las presumidas gallinas ponedoras; pero, por
ser tan pequeñito, ninguna gallina lo aceptaba. Y se agravaron “princesa” y “kiriki” por falta
de amor. El abuelo, preocupado ante esta situación, soltó a “princesa” y a
“kiriqui” en el traspatio de la casa y repleto de optimismo se sentó en su
poltrona a esperar eternamente el enamoramiento y matrimonio de la “princesa”
tan blanca como la leche blanca con el gallo encantado tan blanco cono el
algodón blanco y, entre pompas nupciales, la llegada del vendedor de utopías con la tinta y la
pluma utilizados para firmar la paz en el mundo y el documento firmado por todos
los gobernantes del orbe, donde se comprometen cumplirle a sus naciones sin
corrupción alguna.
… ¿”Princesa” y “kiriki” se quedarán encantados? ¿Se casarán “princesa”
y “kiriki”? … … ¿Volverá el vendedor de
utopías? … ¿Se firmará la paz? … ¿Se acabarán los gobiernos corruptos? … ¿Se quedará el abuelo eternamente en la
poltrona del optimismo? … ¡NO SE PIERDA
EL PRÓXIMO CAPÍTULO POR ESTE MISMO CANAL!
2
Segundo capítulo del cuento El Vendedor de Utopías, publicado el domingo 22 de diciembre de 2013 en el SUPLEMENTO LITERARIO del Diario LA LIBERTAD, periódico de amplia circulación en la Costa Caribe colombiana
Y sucedió lo esperado
ansiosamente por el abuelo: “princesa y “kiriki” se enamoraron y era tanto el
amor que se tenían, que la perrita “princesa” aprendió a cacarear como gallina,
escarbaba y buscaba un nido para incubar sus huevos imaginarios. Y el gallito “kiriki”
aprendió a ladrar como perro, movía la cola como perro y, como si fuera poco,
buscaba el árbol más cercano, levantaba una patica y orinaba en él.
El noviazgo de “princesa” y
“kiriki” iba viento en popa, y el abuelo vivía contento sentado en la poltrona
del optimismo, pensando en el matrimonio de sus blancos y minúsculos encantados
y en la llegada del anciano vendedor con la tinta y la pluma utilizados en la
firma por la paz y el documento donde todos los gobernantes del orbe, se
comprometen cumplirle a sus naciones sin corrupción alguna.
Pero aquel enamoramiento
llegó a oídos de las ladinas brujas parlanchinas de los bosques del terror,
quienes dieron a la perrita “princesa”
la manzana envenenada de Blanca Nieves para frenar el feliz noviazgo y evitar festivas
nupcias, enviando a “princesa” a las puertas del cielo; y el gallito “kiriki”,
emulando a Romeo, llegó hasta la entrada del
paraíso buscando a su Julieta y allí la encontró moviendo la cola y
mostrando el clavel. Entraron al paraíso y lo recorrieron radiantes de
felicidad. Conocieron a los profetas, a los cuatro evangelistas y a las
mártires vírgenes; estuvieron en la fuente de agua que bulle y salta hasta la
vida eterna; hicieron presencia en el
banquete celestial; probaron el vino consumido en las concurridas bodas de
Canaán; buscaron la oración secreta para multiplicar los panes; se ilustraron con la erudita sabiduría de
Salomón; se unieron a los ángeles del coro celestial; se maravillaron con la
luz perpetua y, extasiados ante tantas maravillas, cayeron bajo un sueño
profundo.
Entre tanto el abuelo,
perdiendo la confianza, dolido por la pérdida de su encantada pareja, se hundió
en un sopor pensando en la paz del mundo y en la honestidad mundial de los
gobernantes. Ya no habría matrimonio ni volvería el anciano vendedor con su
pedido; ya no había “princesas” blancas, tan blancas como la misma leche
blanca, ni gallos encantados tan blancos como el mismo algodón blanco. Y
pensando y pensando se quedó dormido en
la poltrona del optimismo. Y durmió y se relajó hasta el cansancio para
despertar con el toque apacible y tenue de la puerta principal de la casa.
Abrió la puerta con el licencioso chirriar
de las viejas y oxidadas bisagras y quedó estático ante la presencia de
un desconocido y apuesto joven bien vestido y oloroso a exóticas fragancias
extraídas de las flores cultivadas en los perdidos y olvidados jardines colgantes
de Babilonia.
-
A la orden. ¿En qué puedo servirle? – Preguntó el abuelo. –
-
¿Es Usted el abuelo? – Respondió el joven, preguntando. –
-
¡El mismo que viste y calza las sandalias de la vida! ¿Y esos
bellísimos perros que lo acompañan no los vende? Me hacen recordar a “princesa”
y a “Kiriki”. Ellos eran tan blancos,
tan blancos como estos hermosos perros blancos y tan pequeñitos, tan pequeñitos
que cabían en la palma de la mano –
Recordó el abuelo –
-
No soy vendedor, ni estos perros están para la venta. – Dijo el
joven –
-
¡Caramba! ¿Si Usted no es vendedor, entonces quién es y qué busca?
– Volvió a preguntar el abuelo intrigado –
-
Yo soy un enviado de los cielos y tengo el permiso para
comunicarle que los arcángeles encontraron
a “princesa” y a “kiriki” profundamente dormidos bajo la sombra del
árbol del bien y del mal. Fueron desencantados, vueltos a la normalidad y vengo
a entregárselos personalmente para que vivan felices en amor, paz y honestidad.
-
¿Amor, paz, honestidad? – Intrigado, se preguntó el abuelo en voz
baja e interrogó de inmediato al joven visitante –: ¿Oiga buen joven, Usted no tiene nada que
ver con el nonagenario vendedor que me visitó en tiempos pasados? ¿El que prometió
traerme o hacerme llegar un pedido especial? ¡Porque me está hablando de amor,
paz y honestidad!
-
Abuelo, - Respondió el enviado – no sea iluso y deje la ingenuidad
a un lado, no crea en gobernantes incólumes ni en paz firmada en escritorios.
La paz está en el servicio, en la cordialidad,
en la amabilidad, en la bondad, en la tolerancia, en el respeto, en la honradez, en la
honestidad, en la justicia, en el amor,
en la amistad, en la responsabilidad, en la tranquilidad, en la armonía, en el
corazón de uno mismo. Mientras haya egoísmos,
ambiciones, avaricia, codicia,
jamás habrá paz y siempre imperará la corrupción; y, mientras haya
quienes fabriquen y comercialicen
artefactos que disparen ráfagas de muerte, jamás habrá paz; mientras
haya explotación del hombre por el hombre, jamás habrá paz; mientras exista la ley del más fuerte, jamás
habrá paz; mientras se contamine el planeta, jamás habrá paz; mientras se
olviden de los más necesitados, jamás habrá paz; mientras haya malos
gobernantes, jamás habrá paz; mientras existan cinturones de miseria, jamás
habrá paz; mientras no haya pan, salud y buena educación para los pueblos,
jamás habrá paz; mientras exista la ley
del dinero, jamás habrá paz; mientras reine el capitalismo salvaje, jamás habrá
paz; mientras nos olvidemos de Dios,
Jamás habrá paz. Cuando acabe esta generación de
hombres, entonces habrá paz y honestidad. ¿Cuándo? No sabemos cuándo y puedo
decirle que eso lo sabe sólo DIOS… La paz
sea contigo…
FERMÍN MOLINA VARGAS
Derechos reservados